Van Der Kooy, condenado al éxito
El complejo mundo del delito no es un tema para advenedizos. Está claro que, lanzado a la guerra contra la sociedad, el Grupo Clarín no va a dejar de utilizar el arma de la inseguridad. El tema es que deberían ser un poco más sutiles y hacer cuentas antes de lanzarse con munición gruesa.
Días pasados entrevisté a Gabriel Kessler, uno de los sociólogos que mejor se ocupó de la nueva pobreza en la Argentina. Fue a mediados de los ’90, cuando muchos se encandilaban con la fiesta neoliberal y no veían el complejo fenómeno de exclusión que dejaba en estándares similares a sectores de clases medias que caían en desgracia y a sectores de asalariados que perdían sus trabajos formales. Kessler después se metió en uno de los temas capitales de estos últimos años y publicó varios trabajos. Uno –El sentimiento de inseguridad– tiene la gran ventaja de contar con un fortísimo trabajo de campo respecto de delitos reales. Le pregunté si era posible constatar que las tasas de delitos bajan cuando crece la economía. Kessler dijo que es muy difícil establecer relaciones directas de ese tipo. Aunque su línea de pensamiento va a contramano de los modos efectistas de los grandes medios, él no se deja tentar por la tentación de conclusiones sencillas.
El editorialista de Clarín, Eduardo Van Der Kooy publicó un artículo en el que junta todas las plagas de Egipto del kirchnerismo. No tienen desperdicio los párrafos que le dedica a este latiguillo. “El de la inseguridad –dice– es un flagelo imposible de esconder. El único kirchnerista condenado a hablar de inseguridad es Scioli. Pero los números nunca lo ayudan. Según datos oficiales, la tasa de homicidio en la provincia, hasta 2009, fue de 8,9 cada 100 mil habitantes. Parecida a la de México (DF) en 2007. En el primer trimestre de 2010 el robo de autos creció un 26,4%. También las salideras bancarias, que produjeron en el conurbano varios hechos trágicos. Aunque ese fenómeno tiene una dimensión sideral. Hay una salidera en el país cada cinco horas.
Veintisiete por día y 833 cada mes. En el primer semestre del 2010 se contabilizaron más de 5 mil. Aunque apenas el 30% se denuncia.” Me pareció maravilloso cómo el editorialista, tan afecto a hablar sobre el Indec, no citaba la fuente de esa construcción diabólica que permitiría inferir que los ladrones deberían hacer más cola en los bancos que los propios jubilados para cumplir con las estadísticas. Pero me quedé tranquilo cuando constaté que “apenas un 30% se denuncia”. Porque es algo que va en la dirección de lo que explica Kessler cuando se refiere a los estereotipos de la circulación mediática de estos temas. Más allá de eso, me pareció oportuno –aunque fuera feriado– molestar a alguno de los especialistas que trabajan en la Subsecretaría de Política Criminal del Ministerio de Seguridad y Justicia de la Nación. Desde hace 15 años trabaja el mismo equipo de profesionales en el seguimiento de datos estadísticos sobre delitos. Proveen informes que cuentan con los datos de todas las provincias, los chequean y, a su vez, sus informes son auditados por la oficina de Naciones Unidas dedicada al tema. Aclaran que los únicos datos serios son aquellos que se refieren a lo que en la jerga se llama “cifra negra” (humor del género policial o de la novela negra) y que se refiere a los delitos de acción pública que tienen registro imborrable. Concretamente, uno de los datos esenciales es el de la tasa de homicidios a la que hacía referencia ligera Van Der Kooy. La tasa de homicidios cada cien mil habitantes es una medida de uso universal.
Aunque por sí sola no dice todo, es un indicador fuerte. Efectivamente, en 2009, la tasa de homicidios en el Distrito Federal de México fue de 8,44 (por 100 mil habitantes). ¿Qué mide esta tasa como para ver lo delicado de las conclusiones fast food? En primer lugar, incluye sólo los llamados homicidios dolosos y no los culposos. Pero, entre los homicidios dolosos, hay una gama que va desde los pasionales o por otro tipo de peleas interpersonales, hasta aquellos que son cometidos en ocasión de otro delito (alguien que se resiste a un robo), o que son muertes por encargo o ajustes de cuentas. Una primera sorpresa para los que concluyen de modo precoz: alrededor del 70% de los homicidios dolosos –al menos en la Argentina– son por peleas interpersonales, mientras que el restante 30% son el fruto de la maldita inseguridad.
Y para estar más inquietos, basta recordar que muchos expedientes encubren puras macanas a la hora de certificar el motivo de un homicidio. Una de esas macanas puede leerse en la edición de Clarín de ayer. Un subteniente de la bonaerense mató de dos tiros a un agente que aparentemente era su amigo de toda la vida. El mismo informe policial revela que el oficial llevaba no sólo su arma reglamentaria “sino otra personal” (llamativo dato para Philip Marlowe o cualquier detective de ficción) y que el muerto llevaba 1200 pesos que no le fueron sustraídos por el asesino. El agente muerto, según la novela oficial, quería evitar que el otro siguiera consumiendo drogas. “Es claro el móvil del hecho y quién es el autor –aseguró el comisario general Roberto Castronuovo, a cargo de la Jefatura Departamental Lanús–. El homicidio estuvo relacionado a cuestiones personales (de los dos policías).” Es decir, salvo que Raymond Chandler se levante de la tumba, en las estadísticas, no se trataría de un delito vinculado a otro delito.
Aclarado entonces que las cifras solas no dicen tanto como quisiéramos, vamos a algunos datos. Entre 2002 y 2007 –a nivel país– los homicidios dolosos no subieron sino que bajaron. En 2001 la tasa fue de 8,2 (homicidios dolosos por 100 mil habitantes), en 2002 de 9,2; en 2003 de 7,6; en 2004 de 5,9; en 2005 de 5,5; en 2006 de 5,3, y en 2007 también de 5,3. Estas cifras están publicadas por los especialistas de Política Criminal. Las de 2008 y 2009 no fueron aún publicadas y, extraoficialmente, serían de 5,8 en ambos años. Resulta entonces, sí, un retroceso respecto de otros años. Extraoficialmente, los especialistas afirman que en lo que va de 2010 la tasa es de algo menos de 5,3.
En la provincia de Buenos Aires, generalmente las cifras son algo más que el promedio Nación mientras que en la Ciudad de Buenos Aires son bastante menos. Por ejemplo: en la ciudad, en 2001 la tasa fue del 5,1 y en 2007 del 3,92; mientras que en la provincia fue de 11,5 (2001) y de 5,93 (2007). Sin ánimo de buscar tranquilidad, las estadísticas en la mayoría de los países latinoamericanos son mayores. En la Argentina, en 2009, el coeficiente fue de 5,9, mientras que en México fue del 10, en El Salvador fue 44; en Honduras fue 35, en Colombia 37, y en Brasil fue de 25. Datos provistos por esos países bajo la supervisión de organismos vinculados a Naciones Unidas.
El complejo mundo del delito no es un tema para advenedizos. Está claro que el Grupo Clarín no va a dejar de utilizar el arma de la inseguridad. El tema es que deberían ser más sutiles y hacer cuentas antes de lanzarse con munición gruesa. No se puede intoxicar a la gente diciendo que hay “una salidera cada cinco horas” sin citar fuentes y aclarando que, además, siete de cada diez damnificados no lo denuncia porque eso nos llevaría a detectar que el autismo se expandió de una manera inusitada. ¿Alguien se imagina qué motivos ocultos pueden tener el 70% de los que fueron atacados por ladrones a la salida del banco como para no denunciar el robo? Eduardo Van Der Kooy, en el programa que tiene en televisión, suele otorgar premios y castigos. Podría autoadjudicarse uno de estos últimos. No es bueno para los periodistas tratar de aterrorizar a los lectores. Es más, está bastante contraindicado por todos los manuales y normas de deontología de la profesión.
Tiempo Argentino
Por Eduardo Anguita
El complejo mundo del delito no es un tema para advenedizos. Está claro que, lanzado a la guerra contra la sociedad, el Grupo Clarín no va a dejar de utilizar el arma de la inseguridad. El tema es que deberían ser un poco más sutiles y hacer cuentas antes de lanzarse con munición gruesa.
Días pasados entrevisté a Gabriel Kessler, uno de los sociólogos que mejor se ocupó de la nueva pobreza en la Argentina. Fue a mediados de los ’90, cuando muchos se encandilaban con la fiesta neoliberal y no veían el complejo fenómeno de exclusión que dejaba en estándares similares a sectores de clases medias que caían en desgracia y a sectores de asalariados que perdían sus trabajos formales. Kessler después se metió en uno de los temas capitales de estos últimos años y publicó varios trabajos. Uno –El sentimiento de inseguridad– tiene la gran ventaja de contar con un fortísimo trabajo de campo respecto de delitos reales. Le pregunté si era posible constatar que las tasas de delitos bajan cuando crece la economía. Kessler dijo que es muy difícil establecer relaciones directas de ese tipo. Aunque su línea de pensamiento va a contramano de los modos efectistas de los grandes medios, él no se deja tentar por la tentación de conclusiones sencillas.
El editorialista de Clarín, Eduardo Van Der Kooy publicó un artículo en el que junta todas las plagas de Egipto del kirchnerismo. No tienen desperdicio los párrafos que le dedica a este latiguillo. “El de la inseguridad –dice– es un flagelo imposible de esconder. El único kirchnerista condenado a hablar de inseguridad es Scioli. Pero los números nunca lo ayudan. Según datos oficiales, la tasa de homicidio en la provincia, hasta 2009, fue de 8,9 cada 100 mil habitantes. Parecida a la de México (DF) en 2007. En el primer trimestre de 2010 el robo de autos creció un 26,4%. También las salideras bancarias, que produjeron en el conurbano varios hechos trágicos. Aunque ese fenómeno tiene una dimensión sideral. Hay una salidera en el país cada cinco horas.
Veintisiete por día y 833 cada mes. En el primer semestre del 2010 se contabilizaron más de 5 mil. Aunque apenas el 30% se denuncia.” Me pareció maravilloso cómo el editorialista, tan afecto a hablar sobre el Indec, no citaba la fuente de esa construcción diabólica que permitiría inferir que los ladrones deberían hacer más cola en los bancos que los propios jubilados para cumplir con las estadísticas. Pero me quedé tranquilo cuando constaté que “apenas un 30% se denuncia”. Porque es algo que va en la dirección de lo que explica Kessler cuando se refiere a los estereotipos de la circulación mediática de estos temas. Más allá de eso, me pareció oportuno –aunque fuera feriado– molestar a alguno de los especialistas que trabajan en la Subsecretaría de Política Criminal del Ministerio de Seguridad y Justicia de la Nación. Desde hace 15 años trabaja el mismo equipo de profesionales en el seguimiento de datos estadísticos sobre delitos. Proveen informes que cuentan con los datos de todas las provincias, los chequean y, a su vez, sus informes son auditados por la oficina de Naciones Unidas dedicada al tema. Aclaran que los únicos datos serios son aquellos que se refieren a lo que en la jerga se llama “cifra negra” (humor del género policial o de la novela negra) y que se refiere a los delitos de acción pública que tienen registro imborrable. Concretamente, uno de los datos esenciales es el de la tasa de homicidios a la que hacía referencia ligera Van Der Kooy. La tasa de homicidios cada cien mil habitantes es una medida de uso universal.
Aunque por sí sola no dice todo, es un indicador fuerte. Efectivamente, en 2009, la tasa de homicidios en el Distrito Federal de México fue de 8,44 (por 100 mil habitantes). ¿Qué mide esta tasa como para ver lo delicado de las conclusiones fast food? En primer lugar, incluye sólo los llamados homicidios dolosos y no los culposos. Pero, entre los homicidios dolosos, hay una gama que va desde los pasionales o por otro tipo de peleas interpersonales, hasta aquellos que son cometidos en ocasión de otro delito (alguien que se resiste a un robo), o que son muertes por encargo o ajustes de cuentas. Una primera sorpresa para los que concluyen de modo precoz: alrededor del 70% de los homicidios dolosos –al menos en la Argentina– son por peleas interpersonales, mientras que el restante 30% son el fruto de la maldita inseguridad.
Y para estar más inquietos, basta recordar que muchos expedientes encubren puras macanas a la hora de certificar el motivo de un homicidio. Una de esas macanas puede leerse en la edición de Clarín de ayer. Un subteniente de la bonaerense mató de dos tiros a un agente que aparentemente era su amigo de toda la vida. El mismo informe policial revela que el oficial llevaba no sólo su arma reglamentaria “sino otra personal” (llamativo dato para Philip Marlowe o cualquier detective de ficción) y que el muerto llevaba 1200 pesos que no le fueron sustraídos por el asesino. El agente muerto, según la novela oficial, quería evitar que el otro siguiera consumiendo drogas. “Es claro el móvil del hecho y quién es el autor –aseguró el comisario general Roberto Castronuovo, a cargo de la Jefatura Departamental Lanús–. El homicidio estuvo relacionado a cuestiones personales (de los dos policías).” Es decir, salvo que Raymond Chandler se levante de la tumba, en las estadísticas, no se trataría de un delito vinculado a otro delito.
Aclarado entonces que las cifras solas no dicen tanto como quisiéramos, vamos a algunos datos. Entre 2002 y 2007 –a nivel país– los homicidios dolosos no subieron sino que bajaron. En 2001 la tasa fue de 8,2 (homicidios dolosos por 100 mil habitantes), en 2002 de 9,2; en 2003 de 7,6; en 2004 de 5,9; en 2005 de 5,5; en 2006 de 5,3, y en 2007 también de 5,3. Estas cifras están publicadas por los especialistas de Política Criminal. Las de 2008 y 2009 no fueron aún publicadas y, extraoficialmente, serían de 5,8 en ambos años. Resulta entonces, sí, un retroceso respecto de otros años. Extraoficialmente, los especialistas afirman que en lo que va de 2010 la tasa es de algo menos de 5,3.
En la provincia de Buenos Aires, generalmente las cifras son algo más que el promedio Nación mientras que en la Ciudad de Buenos Aires son bastante menos. Por ejemplo: en la ciudad, en 2001 la tasa fue del 5,1 y en 2007 del 3,92; mientras que en la provincia fue de 11,5 (2001) y de 5,93 (2007). Sin ánimo de buscar tranquilidad, las estadísticas en la mayoría de los países latinoamericanos son mayores. En la Argentina, en 2009, el coeficiente fue de 5,9, mientras que en México fue del 10, en El Salvador fue 44; en Honduras fue 35, en Colombia 37, y en Brasil fue de 25. Datos provistos por esos países bajo la supervisión de organismos vinculados a Naciones Unidas.
El complejo mundo del delito no es un tema para advenedizos. Está claro que el Grupo Clarín no va a dejar de utilizar el arma de la inseguridad. El tema es que deberían ser más sutiles y hacer cuentas antes de lanzarse con munición gruesa. No se puede intoxicar a la gente diciendo que hay “una salidera cada cinco horas” sin citar fuentes y aclarando que, además, siete de cada diez damnificados no lo denuncia porque eso nos llevaría a detectar que el autismo se expandió de una manera inusitada. ¿Alguien se imagina qué motivos ocultos pueden tener el 70% de los que fueron atacados por ladrones a la salida del banco como para no denunciar el robo? Eduardo Van Der Kooy, en el programa que tiene en televisión, suele otorgar premios y castigos. Podría autoadjudicarse uno de estos últimos. No es bueno para los periodistas tratar de aterrorizar a los lectores. Es más, está bastante contraindicado por todos los manuales y normas de deontología de la profesión.
Tiempo Argentino
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