La dimensión política de 6-7-8
Por Fernando Peirone, Director de la Facultad Libre de Rosario
cultura@miradasalsur.com
Cómo Los espectadores están empezando a disfrutar de su poder para influir en su entorno mediático. La irrupción del programa 6-7-8 ha trastocado el escenario mediático nacional. Desde su aparición en 2009, no deja de cosechar adeptos y detractores, con la misma pasión. Un primer vistazo sobre la cancha –para usar una metáfora de época– podría agruparlos en dos hinchadas políticas claramente identificadas: opositores y oficialistas. Y por cierto algo de eso hay, dado que el programa toma partido sin dobleces, con una línea editorial frontal e interpeladora, ante lo cual, y en una coyuntura como la que vivimos, es muy difícil mantener neutralidad. Eso hace que quienes se reúnen en cada una de las hinchadas presenten características bien definidas.
En la primera bandeja, donde se ubica la parcialidad visitante, están las figuras de la oposición. Son quienes toman mayor distancia del programa, aunque –hay que decirlo– con cierta prudencia, porque contrariamente a lo que podría suponerse, hasta el momento no le han dedicado grandes párrafos, en todo caso lo acusan de ser un panfleto oficialista. Hubo incluso quienes fueron al programa, como Ricardo Alfonsín y Margarita Stolbizer, y mantuvieron un diálogo cordial y respetuoso. Como contraparte, quienes –por obvias razones– se muestran más incondicionales son los funcionarios del Gobierno, que no sólo suelen alternarse en el panel según el tema del día, sino que además son los que mejor explotan la oportunidad que les brinda un espacio mediático favorable –que no abundan– para explicar, aclarar y anunciar sus propias políticas. Pero ahí no terminan las expresiones de cada una de las parcialidades.
Hay una segunda bandeja opositora que presenta algunas peculiaridades un poco más complejas. En ella se encuentran quienes hasta el momento se han mostrado más irritados con el programa: los periodistas. Sobre ellos poco se puede agregar, más allá de lo que sus propios nombres connotan y que ellos mismos deciden encarnar, aunque –paradójicamente– se muestren muy molestos cuando se lo recuerdan, como si se negaran a asumir lo que diariamente manifiestan a viva voz. Nos referimos a Mariano Grondona, Eduardo Van der Kooy, Luis Majul, Joaquín Morales Solá, Julio Blanck, Marcelo Bonelli, Nelson Castro, Alfredo Leuco, Ernesto Tenembaum, Pepe Eliaschev, quienes se sienten “demonizados” y “perseguidos” por un programa que al proceder como un “resumen crítico de los medios” rompe el código proteccionista de la corporación. Esto es: revela la filiación y la trayectoria de cada periodista y de cada medio para darle contexto a lo que se decide informar y comentar. Claro está que si el Gobierno anuncia un aumento del 16,9% en los haberes jubilatorios y del 22,22% en la Asignación Universal por Hijo, y los titulares lo anuncian en equivalencia con una suba de la luz y el gas, que en realidad es una baja en los subsidios de quienes más consumen, es porque se está decidiendo una agenda informativa sesgada. Esto es lo que fastidiosamente marca el programa.
El sector oficialista de la segunda bandeja está compuesto por seguidores apasionados del programa, que en muchos casos integran asiduamente el panel. Son personalidades abiertamente identificados con la línea editorial, anche con buena parte de las políticas del Gobierno, que provienen de esferas bien diversas como el periodismo, el arte, el deporte, las organizaciones sociales, el campo intelectual y la política, pero que a diferencia de otras coyunturas han decidido asumir y hacer explícita su posición política como parte de una reivindicación personal y social ciertamente saludable. Todo esto arbitrado por Luciano Galende y un panel que no disimula su posición política. Se trata de un valet estable que puede sorprender con canciones geniales como La mesa criolla de Carlos Barragán o comentarios intempestivos y subidos de tono como los de Cabito; un grupo variopinto que por lo general opina más cerca de la calificación moral que del análisis político, que no duda en azuzar a los invitados con los que disiente ni en alabar a quienes admira, pero siempre con valentía y autenticidad, cada uno asumiendo quién es. Es innegable su postura oficialista, por la que militan sin cortapisas, pero no menos cierto es que se permiten polemizar y hacer chanzas sobre los criterios editoriales de la producción de un modo mucho más explícito de lo que lo hacen sus colegas respecto de las bajadas y prohibiciones editoriales que les imponen sus jefes.
Hasta aquí lo más o menos evidente, lo que el programa explicita por sí mismo. El fenómeno 6-7-8 no radica en estas parcialidades. Lo que hizo de este programa el más visto del canal estatal después de Fútbol para Todos, es un mix alquímico y bullanguero que ha alterado la lógica televisiva. Por un lado, una audiencia que abandonó el lugar del espectador pasivo para asumir un rol (inter)activo, y por el otro, una mesa de edición operada por jóvenes que cambiaron el registro de la noticia en Argentina. El singular cruce de estas variables, indisolublemente ligadas a las nuevas tecnologías, ha producido un acontecimiento mediático con una dimensión política nueva.
De espectadores a ciudadanos. El comunicólogo Henry Jenkins, en su ya famoso Convergence culture, analiza el modo en que las nuevas tecnologías erosionaron el sistema mediático tradicional (unidireccional, verticalista y excluyente), dando lugar a ciudadanos con un poder de influencia real. Hasta no hace mucho, dice Jenkins, “era muy difícil que las empresas mediáticas transmitiesen ideas contrarias a los intereses dominantes. La contracultura se comunicaba principalmente a través de medios alternativos: periódicos no comerciales, canciones populares, carteles, radios populares, comics”. Hoy el escenario es otro. El fácil acceso a internet y las redes sociales multiplicaron “el acceso a las ideas innovadoras”. Jenkins toma de ejemplo a The Daily Show, un programa de televisión de los Estados Unidos que parodia noticias, y que se ha convertido en un caso paradigmático de los nuevos formatos mediáticos. Su conductor, el sagaz Jon Stewart, convierte la parodia política en una expresión de cultura popular, permitiéndole a los ciudadanos extender el alcance de sus intervenciones sociales. The Daily Show –sostiene Jenkins– exige espectadores activos y despiertos, capaces de oscilar entre la realidad y la fantasía, con un régimen de verdad diferente, menos ceñido a las fuentes que a los derechos cívicos. Y es en este punto donde 6-7-8 marca una diferencia sustancial respecto de sus competidores. La mesa de edición de 6-7-8 elabora sus informes valiéndose del humor y de la ironía, con una identidad gráfica y un apoyo musical que recoge lo mejor de La noticia rebelde, Tato Bores y La venganza será terrible, entre otros programas de la tradición crítica nacional. No es la rebeldía de estudiantes secundarios que plantea CQC, no es la calificación remilgada de Palabras + Palabras -, aún cuando la edición de los informes en ambos programas sea técnicamente impecable. 6-7-8 emite opinión en un registro que no puede ser rebatido desde la solemnidad de A dos voces, ni desde la superioridad moral y cultural en la que se instala Mariano Grondona. Quienes sí se ubican en la misma frecuencia son TVR (de la misma productora), Peter Capusotto y sus videos y la revista Barcelona. Sin embargo, no rompen el molde, pues aunque han realizado innovaciones que rayan la genialidad, el espectador y el lector siguen manteniendo un rol pasivo, en todo caso de cómplice, ya que el único modo de evaluar su participación es a través del rating o de la cantidad de revistas compradas.
6-7-8, al igual que The Daily Show, “desafía a los espectadores a que busquen signos de falsificación, parodia sistemáticamente las convenciones del periodismo tradicional y el control corporativo de los medios. Plantea preguntas más que ofrecer respuestas. La información es algo a descubrir procesando activamente las versiones enfrentadas, más que algo que hay que digerir de fuentes autorizadas”. Y los espectadores no sólo aceptan el convite, sino que van por más: mandan miles de fotos, cuelgan producciones de videos propios en YouTube, se autoconvocan a través de Facebook para celebrar que son “la mierda oficialista”, y hasta crearon una radio online ( Las voces del muro) que reproduce la estética del programa en un tándem mediático realmente insólito. Esta gente, que evidentemente no es poca, protagoniza un rasgo de época que aún no ha sido debidamente asimilado por los medios ni por la política. Es gente que se niega a asociar lo público a la tristeza y al bajón: quieren decir lo que piensan sin renunciar al baile y a la diversión. No son espectadores pasivos, son ciudadanos que han decidido calificar un saber que desde siempre los acompaña y que no necesita legitimación –pues tiene tanta historia como los poderes concentrados–, y hablar de política con autoridad, pero sin perder la irreverencia y la creatividad que le son propias.
6-7-8 ha roto un sentimiento de distancia y minusvalía que pesaba sobre muchos argentinos, les ha dado pertenencia pública. Los espectadores están empezando a disfrutar de su poder de influir en su entorno mediático, utilizan los recursos que les brindan las nuevas tecnologías para revalidar la cultura popular y entablar conversaciones con instancias públicas que hasta hace poco no estaban a su alcance y que podían mantenerse a distancia. Hoy, esas instancias ya no gozan de la misma inmunidad. Los espectadores se han vuelto ciudadanos interpeladores que interactúan con la política
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