Izquierdas y derechas del resentimiento
Por Orlando Barone
Justicieros del Sur-Inocuos y perjudiciales-Jubilofilia-Timbre
“Hoy, el principal derecho humano es el derecho a la seguridad.” ¿Quién dijo esa frase? No fueron el rabino Bergman, el ex ingeniero Blumberg, la especialista en seguridad Paola Spátola, Mirtha Legrand, el vocero del obispado ni un justiciero. Si no saben quién la dijo, se los digo: fue Pino Solanas. Raro que un artista como él tenga tanta propensión a caer en lo policíaco. Naturalmente, el estándar mediático difunde profusamente esa revolucionaria frase. Es de molde y es funcional al “tragedismo” habitual de motochorros, de salideras y de rehenes. Es que Proyecto Sur está viviendo momentos épicos. Y hasta lidera este repentino amor opositor por los jubilados. Durante horas la cámara de diputados resonó en discursos de inesperada utopía. Voluntaristas aires de revolución agraria, de vejez japonesa, de hambre cero y de ecologismo puro inundaron la sala. Pareció que un parlamento escandinavo, teniendo a su alcance ofrecidas riquezas estatales, que hasta hace poco negaba o de las cuales descreía, de pronto eran distribuidas desde las bancas del modo en que Marx y Lenin lo hubieran soñado. Fue un fantasioso juego revolucionario -que remitió a la épica de Mao o a la resistencia argelina- en el cual el Gobierno fue quedando como la canalla dominante capitalista ávida y avara.
El aforista italiano Antonio Bucci dice que la “Orden de los imbéciles” se divide en normales y tontos. Entre los normales estarían los políticos que fueron a la casa de Magnetto creyendo que era en secreto y el anfitrión los delató sin delatarse.
Pero entre los tontos hay dos familias, una, la de los inocuos. Aunque la inocuidad es de difícil pronóstico: ahí está Cobos para probarlo; por eso sería arriesgado apostar a la inocuidad de Felipe Solá, por más que tenga avanzados síntomas.
La otra famila de los tontos
-la de los perjudiciales-, en los partidos de la izquierda argentina, es mayoritaria. Sus fieles o partidarios se desconocen entre sí, y aun más, apenas olfatean a un símil ideológico en un gobierno, empiezan a atacarlo porque le niegan representatividad. La izquierda no soporta a la izquierda que se plantea la práctica en la realidad, y trasciende el discurso de lo hipotético.
Entonces, mientras la derecha siente a la derecha como parte de su naturaleza y ayuda a una semiderecha a profundizarse hasta que se completa como derecha, la izquierda es caníbal de la izquierda. Cuando se le acabe este señuelo de glaciares y minas letales encontrará algún otro para plantear su discordia con quienes adhieren a su ideal ecológico.
En la Cámara de Diputados, toda la oposición sabía y sabe que la realidad va a posponer tanta filantropía apócrifa, pero lo que le importa a la envidia y al rencor es el daño moral que se pueda causar al enemigo: el Gobierno. Al menos cuando Macri elige tirar por la ventana del tren al que no aguanta, hace gala de un rencor más directo; sin necesidad de escudarlo tras la “jubilofilia”.
Nietzsche significó el resentimiento como“la reacción de seres a quienes les es negada la reivindicación y entonces juntan un permanente odio imaginario”. Se trata de un sentimiento rabioso que se explica como “el odio impotente contra lo que no se puede ser o no se puede tener”. Tiene algo de envidia. Hay fábulas como aquella del zorro y las uvas, de Esopo, que lo explican. Los resentidos se amontonan con tal de cuantificar un mismo afán de sopapa disimuladamente destituyente. Cuesta creer que el teatro mediático y corporativo los mantenga cautivos y que su única posibilidad de existencia sea la de ser protagonistas de los medios haciéndose la ilusión de que son protagonistas populares.
Magnetto magnetiza. Nadie sabe cuánto y hasta cuándo. Pensar que, hasta ayer nomás, Magnetto ni existía físicamente para los periodistas de Clarín. Era una abstracción que estaba allá arriba, en el piso superior. Lo veían unos pocos. Fue Néstor Kirchner quien lo azuzó en sus discursos y lo obligó a salir a la pasarela. Por eso, cuando Kirchner se refirió a los políticos que fueron “a tocar el timbre a la casa de Magnetto”, corporizó y convirtió en realismo ordinario un concepto distante. Varios candidatos a presidente tocando el timbre de un edificio producen un efecto cotidiano; los empequeñece y ordinariza; les quita la ceremoniosidad de la alfombra y del enigma. Hasta uno se puede imaginar a cada uno tocando el timbre con una mano y con la otra llevando una cajita de vinos o unas flores. Nadie les pedía tanto. Los novelistas saben que basta una historia pequeña para hacer creíble la historia grande. No puedo dejar de transcribir esta historia pequeña leída en el diario El País, el último miércoles. No me permitiré ni un solo adjetivo. La arruinaría. Léanla:
“A los 10 años supo que no se llamaba Gina Amanda Ruffo, sino Carla Rutilo Artés. Que su padre no era el hombre que abusaba sexualmente de ella desde que tenía tres años y que le pegaba palizas ‘por todo y por nada’, ni su madre aquella que le cambiaba constantemente de aspecto -‘me cortaba y me teñía el pelo, me ponía lentillas…’- por razones que ella no podía entender. Carla descubrió hace 25 años quién era -la hija de una desaparecida y un asesinado de la dictadura argentina- y se lo debe, asegura, a dos personas: su abuela, quien la buscó por todo el mundo con una sola fotografía suya, y al juez Baltasar Garzón, ‘el primero que nos escuchó, y provocó que la Argentina abriera los ojos y empezase a levantar su historia más negra’.”
Cómo no va a tener razón Pino Solanas: “Hoy, el principal derecho humano es el derecho a la seguridad”.
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