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Repensar el 25 de mayo (Por Fernando "Chino" Navarro)

Es difícil repensar el 25 de mayo despojado de los atributos que le ha impuesto la historia oficial, pues son parte de nuestra historia escolar, de nuestra vida cotidiana, de aquello que se nos incorpora como dado e incontrovertible.


Empecemos por poner en discusión el carácter transformador y fundacional de los sucesos de mayo. Para Alejandro Horowicz, “los festejos del Bicentenario sirven para verificar que la historia sobre el origen de la Nación Argentina sigue, paso por paso, el mito de la novela familiar de la extinguida oligarquía porteña”. Pregona que el rechazo a las Invasiones Inglesas y la conformación de milicias con cerca de 8.000 efectivos tiene mucho más peso transformador que el 25 de mayo, y a su vez, que a esa fecha “los provincianos” la reemplazaron por el 9 de julio, por el cual la elite porteña tuvo desde e el inicio bastante desapego. Cree que no tiene mucho sentido festejar el bicentenario de un país que existe como tal desde 1880, cuando Buenos Aires se federalizó.

En un sentido similar, José Pablo Feinmann sostiene que la Revolución de Mayo es parte de la articulación de un pacto neocolonial con el imperio británico y adjudica un protagonismo decisivo a Moreno y San Martín en ese pacto, para discurrir luego acerca de la identidad jacobina de Moreno, la ausencia de una burguesía desde la cual pudieran tener sustento sus ideas y el parentesco de las mismas con la visión que en su momento tuvieron los Montoneros.

¿Si mayo no es más que una fiesta patricia y Moreno y San Martín protagonistas de un pacto neocolonial, qué estamos festejando en estos días?

Reavivar el debate nos enriquece a todos y el gran Norberto Galasso acude en mi ayuda para intentar una mirada más comprensiva y profunda.

Galasso deja en claro que la etapa de la conformación de las Juntas, está emparentada claramente en toda América con la conformación de Juntas en España. Destruye con documentos históricos el argumento de identificar a Mayo y a sus protagonistas como articuladores del pacto neocolonial, al dejar en claro que la decisión británica de establecer empréstitos con ese objetivo se da entre 1822 y 1826, siendo parte de ellos en nuestras tierras el contratado por Rivadavia con la Baring Brothers. Galasso rescata la figura de Moreno, sostiene que Monteagudo y San Martín son sus continuadores y pone de manifiesto el antagonismo de esa vertiente con la que se expresa en Rivadavia y que luego representaría tan claramente Bartolomé Mitre.

Señala como un error sostener que la Junta de Mayo no fue popular: “eran sectores populares dirigidos por los chisperos o manolos de la Revolución como French, Beruti, Donado, Arzac, Orma, Dupuy, Cardozo, Planes y muchos otros que movieron mil personas en la plaza (el 2% al 2,5% de Buenos Aires; en valores actuales sería una concentración de 80.000 a 100.000 personas)”. Rescata a Moreno recordando el odio que le tenían sus enemigos, expresado por Arroyo y Pinedo al sostener que “Moreno sostiene que ya todos somos iguales, máxima que así vertida en la generalidad ha causado tantos males (…) en estas circunstancias en que el susodicho Moreno se había arrastrado a la multitud”. La continuidad que Monteagudo y San Martín representan respecto de Moreno queda de manifiesto en las medidas antiabsolutistas y democráticas de la Asamblea del Año XIII, similares a las adoptadas por San Martín como protector de Perú, entre otras, destrucción de los instrumentos de tortura, la abolición de títulos y escudos nobiliarios, la abolición de los tributos que pesaban sobre los indios y la libertad de vientres.

Es cierto que no contaban Moreno y San Martín con una burguesía nacional unificadora y que la que había era débil y colonizada por sus intereses inmediatos. Pero también lo es que sostuvieron el rol decisivo del estado –no es por mero afán belicista que ambos gestan fábricas estatales de armas y de pólvora- para avanzar en ese sentido, en un embrión de lo que se plantearía un siglo y medio más tarde con el surgimiento del peronismo y que retomamos claramente en la actual etapa de nuestra historia.

Con la lógica de Feinmann, no se entiende por qué San Martín fue decisivo en la caída del Primer Triunvirato, se ignora que fue el gran articulador del Congreso de Tucumán y su declaración de Independencia, se desconoce su accionar coordinado con Gúemes y su negativa a poner sus tropas a disposición de Rondeau para enfrentar a los caudillos, similar a la que mantendría Belgrano desde el Ejercito del Norte. Ambos se negaron a enfrentarse a los caudillos que derrotarían a Rondeau en Cepeda y escandalizarían a la elite porteña con su ingreso a Buenos Aires.

La historiografía liberal ha pretendido convencernos que con Cepeda empieza la anarquía, con similar entusiasmo al puesto para intentar estigmatizar al peronismo como una dictadura. Así como el 17 de octubre los grasitas metieron las patas en la fuente, “numerosas escoltas de Ramírez y López compuestas de indios sucios y mal trajeados a término de dar asco ataron sus caballos en los postes y cadenas de la Pirámide de Mayo”, tal como lo relatara Vicente Fidel López, con odio e incomprensión similares al que la burguesía porteña exhibiría en 1945. Los indios maltrajeados y los descamisados son hermanos en una misma lucha que cruza toda nuestra historia.

Es llamativo que, en aras de brindarnos una visión de ruptura, algunos historiadores terminan contándonos algo muy parecido a lo que relata la historiografía liberal: que mayo fue una movida separatista, antihispánica, dirigida a vincularnos al mercado mundial, probritánica y protagonizada por la “gente decente” del vecindario porteño.

Sin embargo, basta con visitar con seriedad el pensamiento y los actos de sus protagonistas principales para entender que en ellos está la raíz de una visión orientada a ampliar la participación popular desde una clara concepción continentalista, en cuyas antípodas se ubicaron Rivadavia primero y Bartolomé Mitre después. La exacerbación de algunos antagonismos –como el de Saavedra y Moreno- no ayuda a ver ese proceso con claridad en la medida que nos priva de comprender la importancia de que aquellas milicias y aquellos chisperos tuvieran comunes objetivos.

Mayo, en ese proceso que va de las invasiones inglesas hasta Cepeda pasando por la Declaración de la Independencia, es la expresión de la voluntad y la decisión de protagonistas que tuvieron una visión bastante más amplia que la que podían tener los incipientes burgueses porteños en torno a la posibilidad de vender sus cueros o ejercer el contrabando. Su actitud no fue elitista, sino inclusiva. Fue clara su reivindicación de lo público como razón superior a los intereses de las facciones efueron inequívoco su americanismo. Por eso es un proceso revolucionario, como lo fue el que se iniciara en el siglo XX con la revolución de 1943.

Repensar nuestra historia nos da la oportunidad de aprender, de entender el sentido de las luchas y desafíos actuales y de asumir que sólo estaremos a la altura de aquellos hombres y mujeres que protagonizaron el nacimiento de nuestra Nación en la medida que nos comprometamos en hacerla cada vez más democrática, más participativa, más socialmente justa y más integrada a sus hermanos del continente, que es la verdadera dimensión de su condición soberana.

POR: FERNANDO "CHINO" NAVARRO

Publicado por Kompromiso Nacional

Los datos fueron tomados de la web de la Presidencia de la Naciòn Argentina

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