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Oliver Stone puso su lente mirando al sur

Fervor latino



Foto: Pablo Stubrin
Un equipo de Veintitrés compartió con el director la presentación en Venezuela de su documental. La idolatría por Hugo Chávez. La visión de la gente en la calle.

Por Martín Mazzini (desde Caracas)



El pueblo es el invitado de honor”, dice la publicidad en la televisión del hotel cinco estrellas. “Tiene mucho que ver contigo”, rezan los carteles. Hablan de Al sur de la frontera, el documental de Oliver Stone que al día siguiente se proyectará, gratis, en la Plaza Bolívar, en el centro de Caracas. Y que el jueves 3 se estrenó en la Argentina, con el apoyo del Centro Cultural Caras & Caretas. El protagonista: Hugo Chávez Frías, secundado por un elenco estelar de presidentes latinoamericanos, en su lucha por cambiar las relaciones de poder en el continente.



La ciudad –la primera imagen que uno tiene al dejar el aeropuerto, lleno de publicidades oficiales que proclaman el socialismo, junto a otras de Movistar– se encarama en las montañas, peleándole lugar a la verde vegetación. Los barrios tienen algo de favelas brasileñas, con el estilo Caminito: una casa amarilla, la de al lado roja, la siguiente azul. Los colores de la bandera venezolana.



“No pasarán, no pasarán”, repite el chofer de la camioneta como un mantra. No se refiere a la invasión imperialista sino a otro movimiento con la misma fuerza: el tránsito caraqueño. El hombre parece divertido al empuñar su larguísima combi contra las 4x4 que intentan cruzar la calle. Adentro del vehículo, la inmensa comitiva que acompaña al director de Pelotón –productores franceses, estadounidenses, un director de cámaras argentino-español– comenta la conferencia de prensa que Stone dio por la mañana: “La primera pregunta fue por qué no entrevistó a la oposición, después cuál es su principal crítica a Chávez”. Stone respondió que “aparece demasiado en televisión”. La película, explicó el director, “no es un análisis sino una introducción a algo de lo que no se habla en los Estados Unidos”, donde los medios bombardean con la imagen del “dictador anticapitalista”.



El complejo Teresa Carreño es una estructura de cemento monumental de varios pisos, abierta a la naturaleza desbordante de la ciudad. El chirrido de las escaleras mecánicas suena como los grillos de una noche de verano. Esta noche, su auditorio principal, para 3.000 personas, está lleno: todos los ministros y cancilleres del gobierno, los embajadores de otros países (incluida la argentina Alicia Castro), el alto mando militar, deportistas y militantes. Alrededor de la alfombra roja, periodistas de todo el mundo esperan a la pareja del momento, el director ganador del Oscar y su nueva estrella. Chávez llega de la mano de su hija María Gabriela. Le preguntan por el afiche de la película –las garras de un águila acechando al continente–, y da muestras de cómo acuñar grandes frases al paso: “La película es una espina en la pata del águila, un águila herida”. Y sobre Obama, dice que “ojalá vea la realidad, que fue la intención que tuve cuando le obsequié Las venas abiertas de América Latina. Las películas como esta contribuyen a tomar conciencia de que en América latina estamos dando nacimiento a un nuevo mundo”. Chávez le da la mano al periodista de la BBC, al camarógrafo, al productor y al sonidista, y les repite: “You from London?”. Quieren saber si el film despertará interés fuera de Sudamérica. “Pensaba en proyectarla en la televisión venezolana –cuenta Stone–. Ahora estamos en 33 países, en cine y tele. Aunque la vea sólo gente interesada y educada, puede empezar a alterar el equilibrio.”



En el escenario, Chávez hace reír al público, una marea roja de gorros y camisas, con su inglés: “How are you, Fidel?”, pregunta cuando nombra al líder cubano. Y: “Lo único bueno que hago en la película es caerme de la bicicleta”. Le habla a Stone, de soldado a soldado: “En el ’71, cuando yo entraba a la escuela militar, él dirigía su primer corto, Último año en Vietnam”. Hace levantar a las campeonas mundiales de softbol, sentadas en la primera fila, habla de una revolución de amor y cuenta el desfile del Bicentenario que vio junto a Cristina Kirchner: “Le dije que era una película, en tres horas pasaron doscientos años”.



“¡Te amo!”, le grita una mujer antes de que se apaguen las luces.



La película tira data que da miedo sobre la credulidad de los americanos en los medios: más del 70 por ciento creyó que Saddam Hussein estaba detrás de los atentados del 11 de septiembre. Stone apunta a la cadena reaccionaria Fox, pero también al New York Times y al Financial Times: el corresponsal que está en la sala sonríe. Cuando Chávez da un discurso diciendo “el poder no me pertenece, ustedes guiarán el gobierno, que será del pueblo” –al ganar las elecciones en 1998–, el aplauso en el cine replica a los de la pantalla. Aparece uno de los coroneles que comandó el intento de golpe de Estado de 2002: “¡Traidor!”, le gritan sus ex camaradas. También se festeja cuando Chávez recuerda que al estar rodeado de fusiles apuntándole pensó en el Che, que “murió de pie”. Y cuando Cristina señala, para responder a los que acusan a Chávez de dictador, que pasó por trece elecciones.



Se encienden las luces y el comandante levanta el brazo de Stone. “¡Chávez!”, le grita un nene desde la primera bandeja, unas veinte veces. Otro hombre quiere alcanzarle algo: los guardias, amablemente, le dicen con quién debe hablar. La salida es como en las canchas argentinas pero al revés: nadie se mueve hasta que el presidente deje la sala.



Pavel Núñez no estaba invitado pero logró colarse en la proyección: “Sentí que tenía que estar”, comenta. Le pregunto por la mujer del presidente: “Chávez es como un superhéroe. No puede andar acompañado, tiene que estar solo”. Es artista plástico y trabajó en misiones solidarias en Isla Margarita. Pasó los días del intento de golpe en el “cuartucho” donde vivía en Caracas Este, la zona de clase alta de la ciudad, escuchando a los vecinos diciendo “hay que matarlo”. Las diferencias sociales, todavía hoy, están claras hasta para un daltónico: por ejemplo, un sábado a la noche se ven cuerpos exuberantes y rollizos de mulatos en los bares y discotecas del centro, y caras blanquecinas en cuerpos delgados en el shopping San Ignacio. Nadie parece haber saltado la muralla invisible.



El cóctel posterior a la proyección –canapés de marisco, música caribeña y vino argentino– se realiza en la terraza del hotel Alba, el ex Hilton que Chávez expropió. Mark Weisbrot, un economista estadounidense que colaboró en el guión, señalando la responsabilidad del FMI en el surgimiento del movimiento sudamericano, le comenta a la embajadora Castro que quedó impresionado cuando conoció a la presidenta del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, y que su ayuda les vendría bien a las autoridades venezolanas.



Al día siguiente, en la tele del hotel, Tony Montana describe a los comunistas cubanos: “Te dicen qué hacer y qué pensar”, repite el protagonista de Scarface. El guión es de Oliver Stone, que está en el Palacio de Gobierno, junto a Chávez, dando entrevistas a los mismos medios internacionales a los que acusa de presentarlo como un demonio: CNN, BBC, Financial Times. “La locura es libre, pero la estupidez no”, lanza Chávez. “Muchas acusaciones son estúpidas, pero los pueblos no lo son. Me acusaron de ser como Hitler, fascista, asesino, terrorista. Pero no lo hicieron los intelectuales, los artistas ni las juventudes, sino los dueños del poder, que me ven como una amenaza porque hemos liberado a Venezuela del yugo del poder”. Cuando le piden una predicción, dice que “el futuro del capitalismo en Venezuela es el cementerio. Eso no quita que aquí trabajen Chevron Texaco y empresas chinas, rusas, italianas, españolas, brasileñas o portuguesas”.



A cinco cuadras del palacio, suena “Hasta siempre” y hay olor a pochoclo. Cientos de venezolanos que vinieron por su cuenta a la Plaza Bolívar se acomodan para ver la película. “Lo que estamos viviendo es una revolución, lo mejor que le podía suceder a Latinoamérica –dice Oscar Palacio Gómez, un vendedor de lencería que vino de Colombia y tiene tres hijos venezolanos; una pudo estudiar gratis y se recibió de médica–. En mis 52 años, nunca vi un presidente tan lleno de amor por el pueblo. Antes humillaban al inmigrante. Ahora, no pelea el que no quiere.”



Dexi del Mar Pacheco representa a una red de afrodescendientes. “Nos humillaban como a los indígenas –cuenta–, me decían negra de mierda. En los hospitales no te atendían si no pagabas. Ahora tenemos los Centros de Diagnóstico Integral donde te atienden gratis. Los gobiernos anteriores te desaparecían o enviaban a prisión.” El día del intento de golpe, esta mujer –que se desgañita gritando durante la proyección– vino al centro, como otros miles, a defender al presidente. “Vi caer al primer muerto de los francotiradores –dice– cuando estaba yendo a buscar un café.” Hoy, Dexi cree que Chávez debe permanecer en el poder “lo que sea necesario”.



El público se mata de risa cuando Stone, en la pantalla, masca hojas de coca mientras entrevista a Evo Morales. La gente conoce de memoria las frases del líder: cuando Chávez dice “esta es una revolución pacífica...”, la completa: “pero armada”.



José Luna es tucumano. Pasó dos años preso en la Argentina por ser dirigente estudiantil y logró salir exiliado en 1975. El primer tiempo trabajó rescatando compañeros: “Éramos como una mini OEA, había representantes de Haití, El Salvador, Nicaragua y todos los países sudamericanos”. José nos lleva en su camioneta hasta el puente Llaguno, donde estuvo el 11 de abril de 2002. Ese día, los manifestantes pro y contra Chávez fueron atacados por francotiradores. Murieron 19 personas. Sin embargo, los medios televisivos editaron las imágenes como si los que disparaban fueran chavistas. La imagen, repetida por todo el mundo, sirvió para justificar el fallido golpe. José nunca imaginó que iba a ver los cambios que se dieron en treinta años para el pueblo venezolano. “El 80 por ciento vivía en la extrema pobreza, la guita del petróleo se iba a otro lado. La gente estaba acostumbrada a que nada iba a cambiar por más que se turnaran dos partidos para gobernar. En los mercados del gobierno, hoy puede comprar por 100 bolívares lo que en el súper cuesta 500. Chávez trajo 25.000 médicos cubanos y 15.000 profesionales para tareas sociales. Y rompió un cerco de lo posible cuando se animó a denunciar al imperialismo. Poco a poco, fue convenciendo a los venezolanos de que el socialismo no es el cuco. Lo hizo a través de su programa de televisión, Aló, presidente, donde todos los domingos habla durante seis o siete horas. Y la gente lo escucha. Este no es el modelo clásico de revolución al que aspirábamos en los ’70, es un socialismo del siglo XXI, con estilo local”. Como decía la canción, se dio vuelta la tortilla.

Publicado por Kompromiso Nacional

Los datos fueron tomados de la web de la Presidencia de la Naciòn Argentina

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