La derecha muestra sus colmillos
Por Luis Tonelli
Los dueños de buena parte del PBI nacional desafían al Gobierno, con Magnetto y Duhalde como operadores
El discurso de Hugo Biolcati en la Rural. La foto en tapa de La Nación de los empresarios del más rancio establishment económico argentino animándosele por vez primera al kirchnerismo, posar junto a su enemigo público número 1: el CEO del Grupo Clarín Héctor Magnetto. La reunión de los líderes máximos del peronismo disidente invitados precisamente por Magnetto. Son todos hechos que no pueden minimizarse por darse sólo en términos mediáticos, o centrándose en la desesperación de Clarín por salvarse, tal como lo hizo con estudiado desprecio el kirchnerismo. Y agréguese a esto una Iglesia cada vez más conservadora y, ahora, más resentida que nunca.
Lo cierto es que los dueños de buena parte del PBI argentino comenzaron a mostrarle sus colmillos al Gobierno, luego de años de repartir lisonjas públicas, y maldiciones en sus countries y por lo bajo. Tal como lo expresó agudamente el titular de la CTA, Hugo Yasky, estamos asistiendo a una biolcatización de la clase empresarial. Quizás, abonó la foto-protesta la dura negociación que se está dando sobre el tema del salario mínimo entre gobierno, representantes sindicales y empresariado.
De todos modos, la coyuntura habla de una rigidez estructural, que evidentemente ha sufrido el kirchnerismo: la imposibilidad de ir un poco más allá de la tibieza en lo que hace a la redistribución de la riqueza. Si uno hace el simple cálculo de considerar cuánto aumentó el PBI desde que está el kirchnerismo en el poder y cuánto se redujo la pobreza, tendrá un índice no muy rutilante, que abona el cinismo de quien dijo alguna vez que “la redistribución ya se hizo; el problema es que no alcanzó para los pobres”.
Entre las incertidumbres y vaivenes que produce una política del espesor organizativo de la pantalla plana de un plasma, y pese a la recuperación relativa del Gobierno en las encuestas -o quizás por ello- la derecha argentina (¡y si esto no es la derecha, la derecha donde está!) mueve y, pese a todas las enormes ganancias de las que disfrutaron estos últimos años, advierten: no nos conformamos con hacer plata, ahora también queremos tener la sartén por el mango y el mango también. Juntamos todo lo que quiere por estas últimas horas mostrarse junto -la SRA, la Carbap, AEA, la nueva UIA, Eduardo Duhalde, Carlos Reutemann, Mauricio Macri, Francisco de Narváez- y tenemos la expresión más acabada de una rampante coalición tardo-menemista. De ella puede decirse que todavía no tiene la capacidad para mostrarse como alternativa cierta y segura al kirchnerismo, pero que tiene recursos de poder inagotables para llegar a encontrar un candidato más o menos presentable al electorado argentino.
Ciertamente, la política retrocede y las corporaciones económicas avanzan. Desde el duhaldismo se ufanan de que su referente le hace al maltratado jefe de Gobierno de la benemérita Ciudad de Buenos Aires una proposición irrechazable: Duhalde lo defenderá a Macri sólo si decide quedarse para pelear la reelección por la jefatura porteña y apoya al caudillo de Lomas de Zamora para que intente llegar, esta vez por las urnas, a sentarse en el sillón de Rivadavia. Felipe Solá masculla que no hay que aceptar participar en la interna oficial del peronismo, a la que define como una trampa del kirchnerismo, y que hay que hacer una interna abierta de la disidencia peronista, cosa que entusiasma un tanto a Macri, a quien De Narváez quiere ver limado más que los que lo están limando.
Puros refucilos: la interna en ese oxímoron que es el peronismo neoliberal puede llegar a ser limitada, dado el peso de los agentes económicos que se anotan en la movida. Como decía Antonio Gramsci, durante las crisis orgánicas, la clase burguesa se aglutina dejando de lado sus contradicciones secundarias. Y esto vale tanto para la seudoburguesía local como para la normalidad inorgánica ya institucionalizada.
A fin de cuentas, como advertía el tan recordado Nicolás Casullo, “Eduardo Duhalde es un gran constructor de consensos vacíos que ocupan las corporaciones”. Ciertamente, todo el industrialismo del duhaldismo fue canjeado en épocas del menemismo por el Fondo de Reparación Histórica bonaerense. En pocas palabras, Duhalde concedió el cierre de miles de empresas a cambio de recursos para repartir dádivas clientelares entre las víctimas del neoliberalismo.
“Consenso vacío” que es corrido por derecha por aquellos que quieren que no sólo quien fue senador en ejercicio provisional de la presidencia se proponga como vehículo supuestamente “neutral” y pida una amnistía general en nombre de la “pacificación nacional y el consenso”. Ellos piden que Duhalde se saque la careta democrática y vive a Videla, como pareció pedir Cecilia Pando en su encadenamiento voluntario en el Ministerio de Defensa. Pero, si no es el candidato “el estadista que no fue”, será otro. Plata habrá.
Claro que el kirchnerismo es también responsable de este incipiente pero firme retroceso de la política en desmedro del avance de la economía, por esa vocación enfermiza por la negociación bilateral y personal, por el manejo nuclear y brutal del poder y por su imposibilidad genética por generar y vertebrar y organizar una fuerza política. Debilidad política que no disimulan los tiffosi K, que llaman indignados a los medios, o con su militancia twitera (tanto como no lo hacen los del otro bando). La reforma política puede haber llegado así, tarde, y por sí sola, obviamente, no alcanza. Más aún, en las actuales condiciones que impone la sociabilidad virtual imperante.
Y si todo se vuelve en un extremo mediático y en el otro clientelar, entonces no podemos sorprendernos de que, pese a la recuperación económica, seguimos padeciendo la volatilidad electoral de nuestra post y -simultáneamente- pre democracia.
Si el kirchnerismo hasta ha tenido que recular ante el embate de una corporación (aliada). El sindicalista Hugo Moyano ha conseguido encaramarse a la conducción del Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires, y uno puede imaginarse la rebelión contenida de los barones del conurbano, sus intendentes, que siempre consideraron al PJ bonaerense su exclusivo club de amigos. En este punto, se seguirá informando.
Así como están planteadas las cosas, la política sólo asume una delgadísima materialidad electoral, sin siquiera partidos políticos que presenten un dique a la movilidad sin costos de la que hoy disfrutan esos representantes volantes en el Senado. No se trata de un ejercicio nostálgico de esa identidad partidaria que nunca más volverá. Sí de dotar de organización y disciplina a las fuerzas políticas existentes, hoy asumidas sin desparpajo como “espacios”, “redes”, “encuentros”.
Esto no hace sólo a una cuestión de calidad democrática, a la que muchos consideran una ilusión utópica, sino a la posibilidad de estabilizar el desarrollo (que es precondición para la calidad democrática, por lo menos, en una sociedad movilizada como la argentina). No hace falta tener mucha imaginación para vislumbrar las consecuencias que podría tener el ascenso al poder de la Vieja Derecha argentina: comenzar todo otra vez, de nuevo, en esa vocación vernácula por empezar todo da capo, como dice el sociólogo Juan Carlos Torre.
Lo señaló también el presidente de la Corte Suprema, Ricardo Lorenzetti, cuando le preguntaron sobre la “inseguridad jurídica” por la que clama la Asociación Empresaria Argentina (AEA), y respondió que ése no es el problema argentino, sino el cambio total de las reglas de juego económico y social cada diez años.
Es verdad; la decadencia argentina no es producto de una baja continuada sino de que a todo ascenso le sobreviene una crisis y una caída. Y esto es un problema político estructural: no hay hegemonía; o sea, la construcción de una dirigencia estable, y a los que quieren no sólo ganar dinero sino también el poder no les importa una crisis que desbarranque a la economía y a la sociedad de nuevo. Total, los que mayormente la sufren son los que menos tienen.
Sin un acuerdo al menos tácito entre las grandes fuerzas nacionales y populares (afortunadamente Ricardo Alfonsín evitó aplaudir a Biolcati en la Rural, y la UCR no ha sido invitada por Magnetto y los suyos), sin coaliciones coherentes y no meramente electoralistas, mofarse de las potencialidades políticas de la derecha es no haber aprendido lo que nos ha enseñado la historia argentina.
Y más en estas condiciones de tómbola electoral, que otra vez parece que estamos condenados a sufrir.
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