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El Barba

Por Orlando Barone ¿Adoración o ateísmo?
Adoración

No hace falta nombrarlo.


Es él. Escribo el pronombre con minúscula porque con mayúscula pertenece a un propietario sagrado. Ya bastante herejía es ese “él” sin nombre pero identificable. Entre los pocos argentinos inmortales todos están muertos, el único que está vivo es él. Y ser inmortal activo en continuado es como una maldición bendita. Estuvo, está y estará a perpetuidad atravesado por la mirada, la adoración o el ateísmo.

Y el sobamiento, el petitorio, la rogación, la maldición, el descreímiento. Daniel Arcucci, el terrestre que lo historió en un intenso libro para adoradores, me dijo una vez, comparando soledades: “De tantos años que conozco a Diego Maradona una sola vez lo vi solo. Fue en el club de Vilas una tarde en Palermo. Se bajó del auto en el estacionamiento y caminó desde ahí unos setenta metros hasta el bar sin nadie. Verlo caminar por la cancha de polvo de ladrillo, sin ni siquiera su sombra porque era un día nublado, fue un hecho extraordinario”.

El telescopio Planck acaba de captar una extraordinaria imagen del universo: desde las regiones más cercanas a la Vía Láctea hasta los límites del espacio y del tiempo. Ese inmenso paisaje incluye tierras, mares, cielos, soles, lunas, satélites, cometas, arco iris, agujeros negros y estrellas. Y a Maradona. Porque él entra nítido en la imagen. El telescopio lo capta -es mi pálpito- del mismo modo que invisibiliza a tantos miles de millones que aunque hagan aspavientos y obras monumentales, se pavoneen con la fama, recojan plata de lugares donde la gente se muere sin dientes y reciban honores que en el Cielo, todavía deberían pasar el cedazo de merecimientos, no consiguen que esa fotografía del Universo los identifique más que como magma.

No debe haber terapia de terapias individual o de grupo, en Cuba o en Parque Leloir o donde fuese, que alcance para él solo. Porque, cómo situarse en ese papel de “diosesito humano” y puesto a brillar en ese cosmos con el modesto instrumento de una pelota de fútbol como argumento, sin ser exponerse a ser crucificado y resucitado. Es un estrés de umbrales desconocidos. Hay muchas genialidades en géneros de la heroicidad, el martirologio y la cultura más previsibles y lógicas, y menos vulnerables que las que consagran a Maradona.

Un genio de las extremidades inferiores luce inferior a un genio del cerebro. Pero la sociedad argentina se reconoce en él como se reconoce quien, ante una pasión que lo exalta a la cumbre de goces inmanejables, se siente culpable de eso que siente. Pero no los rechaza sino que los practica y desea. Es adicción emocional. Que él devuelve con creces. Ya ha hecho adicta a varias generaciones.

Exceptuarse de esa adicción es un recurso desesperado y estoico, que han intentado aventurados como el antifutbolero Sebreli o como tantos que por no cumplir con las exigencias de la significancia no participan de aquella imagen del Universo del telescopio Planck. ¡Hay cada uno en ese catálogo de insolencias! Me gusta exponerlos: los insolentes tienen algo de temerarios sin gracia. Algunos tienen dones que dilapidan en querer mortalizar al inmortal. Lo creen caído y lo entierran. Ignoran que la Tierra no tiene tierra suficiente para sepultar a seres aparentemente terráqueos pero construidos con la materia inasible del sentimiento popular.

Perdonen ese párrafo indigno de un ser racional. “Popular” es una palabra sospechosa entre la elite cultural. Suena a colectivo sindical, choripán y clientelismo. Pero, con tal de dejar el párrafo así como está renuncio a compartir el canon con los cultos. Es que tuve inspiradores populares que me purificaron de mi entusiasta error de abusar de regiones pasionales. Uno de ellos, y en forma personal fue Alejandro Apo, maradoniano extra large.

Como ejemplo de anticristo lean este magnífico y maléfico intento de Martín Girard en el diario El País, de España, el martes 6. Crédulo y batiente, el antimaradoniano escribe: “A Maradona le han hecho un traje de medida y le viene grande… Argentina ha perdido ante un equipo superior en fuerza, rapidez y concepción del juego. Pero también, y sobre todo, por el empecinamiento de su entrenador al obsecarse en buscar el reflejo de su propia imagen en el rectángulo de césped como Narciso en las aguas de la fuente en las que, como en un espejo, se enamoró de sí mismo. Nunca he visto la vanidad de un solo ego expandir con tan histriónica prepotencia su sombra sobre los demás. ¿A quién se le ocurre utilizar al mejor jugador del mundo de recoge pelotas mientras sus también eximios colegas corretean al tuntún sin más batuta ni criterio que el de alguien que ha hecho del Universo su ombligo e imparte, eso sí, galácticos besos y bendiciones desde la banda, como si simulando que olvida quien fue fingiera comportarse como si fuera uno más?”.

Ese ateísmo antimaradoniano mana rencor. Sobran esa clase de fieles infieles empeñados en desendiosarlo. Yo también alguna vez intenté esa infructuosa crítica. Ese vano intento. Me resistí a considerarlo “barrilete cósmico”, por más que el Cosmos lo contuviera entre sus cuerpos celestes. Ignoré lo que alguien cuerdo no debió ignorar: que los futbolistas más dotados y los más pataduras lo admiran. Igual que a Edmund Spenser a quien en su época llamaban The poet’s poet. “El poeta de los poetas”. Borges decía que eso era una limitación. Entonces, a Maradona no basta llamarlo “El futbolista de los futbolistas” sino “el futbolista”, por antonomasia.

Por eso cae ingenua esa intención de algunos, o de muchos, de desmitificarlo.

Es que alza la autoestima estándar plantársele al inmortal inventándole una mortaja, un nicho o una lápida. Pero es inútil ya se probó que hecho trizas, igual sigue siendo espejo. Y mientras la crítica prosaica lo deshace y vacía,

el pueblo lo hace y lo carga de poesía. Pero entonces, ¿la humillación ante Alemania, la interna con Verón, el desorientado rendimiento de Messi, la ausencia de estrategia y de táctica, qué son? Va fangulo!

Se trata de una historia no de anécdotas; se trata de un largo relato no de un fragmento.

Porque ese diosesito futbolero no está hecho sino que siempre se está haciendo y, de ahí, su antropometría dolorosamente mutante. De pronto de tamaño small, de pronto garrafa, y alternativamente panza ancha, otra vez small, reciclado atlético, efedrinado, sin piernas, agonizante, vuelta a semigrueso, desorientado, lúcido, renacido, desvencijado, nuevamente nuevo etcétera. No vale la pena erigirle una estatua: sería achicarlo.

Ya sé: populismo puro. Así estamos. Hechos pelota. Y qué bella estética la del pueblo hecho pelota por su culpa. Juega a la alegría y la tristeza sin solución de continuidad. Es un juego creativo. Si me permiten, gracias a Maradona el pueblo de este tiempo acaba de inventar un nuevo estado

de ánimo: la “alegría de la tristeza”. Estado de ánimo

sólo atribuible a creyentes de una religión argentina nacida

-según la historia- en Villa Fiorito, aunque nació sobre todo el Universo.

Publicado por Kompromiso Nacional

Los datos fueron tomados de la web de la Presidencia de la Naciòn Argentina

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