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Kompromiso Nacional

El graffiti no mata como el casamiento

Por Orlando Barone


Lo confieso: en ningún momento tuve miedo de ser escrachado y atacado por una patota de colegas liderados por Luis Majul o por Norma Morandini y Eugenia Estenssoro. Ni se me pasa por la cabeza que la diputada Silvana Giudici ejercitara físicamente todo el rencor espiritual que muestra en su banca multimedio. Tampoco tengo miedo de que alguna patota furtiva de los miles de periodistas integrados al grupo hegemónico o alguna limousine de vidrios polarizados salida de un garaje del Kavanagh o de Barrio Parque me espere de noche a la puerta de mi casa del Pasaje Rivarola. Y qué decir del miedo a que alguno de los choferes de Magnetto, sintiéndose más damnificado que su empleador, tuviera un impulso destructor y, al verme cruzar la calle, acelerara sin darme tiempo a esquivarlo.


Sin embargo, no se me ocurre denunciar cualquier agresión hipotética. De los taxistas ya no tengo miedo porque últimamente han cambiado de opinión y con cada calle que vuelven a hacer doble mano se “desmacrizan” y, de a ratos, parecen más de izquierda que Quebracho. No creo que Mirtha Legrand o Cacho Castaña sean capaces de practicar conmigo lo que practican de palabra. Ni que aunque vaya sin anteojos de sol a Pergamino, por nombrar a un epicentro rural, a ningún gaucho malo, que los hay, se le ocurra arrojarme las boleadoras o meterme en un silo. Creo que los del lado no opositor no tenemos miedo porque los que podrían atemorizarnos no nos lo infunden.

¿A qué se debe este fenómeno de transferencia “miedil” de los mediáticos más poderosos hacia los mediáticos en minoría y más modestos? Es raro. Lo que no es raro es que la tendencia a alborotar presentaciones de libros sin destino del Cervantes o del Nobel, se ponga de moda. Hay que tener en cuenta que, en democracia, el alboroto oportuno proporciona inesperados beneficios al editor y autor vilipendiados. Porque mientras que en dictadura un escrache o prohibición significaba persecución y censura, en épocas de una feria festiva y popular significa otra cosa. Un escandalito convenientemente fogoneado y propagado como un acto de terror , pasando por alto la actual libertad de expresión, mayor a todas las que conocimos, empuja a cualquier libro muerto al podio de los vivos. Y a un autor de nombre olvidable en un autor de nombre igualmente olvidable pero al menos por un rato un poco recordable. Los agentes de escritores deberían plantearse estrategias para usufructuar esta tendencia mientras dure la Feria del Libro. Para compensar sería interesante empezar a escrachar libros favorables al Gobierno. Aunque no sé si los hay. El viva vende menos que el muera. En uno de los chistes de Rudy y Paz, un personaje le dice seriamente a otro con look y pose de escritor: “¿Qué tal la presentación de tu libro?”. “Mal…ni siquiera vino gente a escarcharme”. A este paso, si a uno con aspiraciones de notoriedad no lo escrachan, aunque sea en un graffiti anónimo, vendría a ser un “nadie”.

Se me ocurre que si fuera por el terror a los escraches anónimos, los miles de graffiti que enroñan nombres de personas de cualquier oficio o condición, curiosamente no son leídos como amenazas. Y eso que algunos parecen un mix entre la inquisición y el empalamiento. Aunque no tan excesivos como la tapa de la revista Noticias en la cual disfrazaron al ex presidente Kirchner con el uniforme y el cuerpo de Hitler. No hubo expresiones de repudio de tantos periodistas éticos que integran el cuerpo de esa revista. Ninguno expresó su agravio y seguramente habrá algún judío entre ellos.

Si los cientos y miles que integran el grupo hegemónico se sintieran dañados en su visión de los derechos humanos, podrían actuar en colectivo diferenciándose de sus dueños. Pero le tienen tanto miedo a los dueños que prefieren ofrecerse a los escrachadores.

¿Por qué no desplazamos los mieditos al lugar de los ogros de las fábulas? Si sabemos que dormimos en nuestros buenos sommiers y resguardados por el portero eléctrico y, en algunos casos, de rango con clave y circuito cerrado de televisión en la entrada. No hay que ser tan tenue como Joaquín Morales Solá que, por la forma en que se ha espantado, desmerece el cuidado y protección de alta gama que su pensamiento recoge como hinchada. No es lo mismo depender de la defensa artesanal de Luis D’Elía que de la SIP, Adepa, o aunque sea del portero de la embajada norteamericana.

No quisiera poner como ejemplo mi caso al ser distinguido como el “peor” periodista del año por ser oficialista. Mírenme qué bien y qué sano que estoy. Nadie vino a atacarme por eso. Y eso que camino y camino porque no tengo auto. Pero la hinchada de uno se solidariza y produce el efecto contrario. Un victimizado que no es víctima es como deudo que no quería al muerto pero recibe la herencia. ¿Ven?, el escrache en democracia es un beneficio. Y si no, fíjense que los periodistas trémulos fueron a lamentarse ante los legisladores y recibidos por la oposición como mártires; por supuesto, en abstracto. Retóricos. Y también los oficialistas y algunos otros, adhirieron a la lástima sin motivo. Un afiche es al riesgo de muerte como un fósforo apagado en el agua es al riesgo de incendio.

Ah, el incendio. Qué apasionante es incendiarse en el amor. Incendiarse: no irse juntos a dormir a la cama. ¿Sabrán los homosexuales, las lesbianas y los gays, a lo que se exponen contrayendo matrimonio? A cambiar el pimpollo de rosa en la boca por tener que desenroscar con la boca la tapa del detergente.

Es sensato y políticamente justo lo que lograron. Casarse. Pero ellos eran la última esperanza del incendio. Ahora eligen la hornalla del hogar. Nos hacen perder a los heterosexuales la última fantasía del amor carnal incesante. Se aseguran la prosa pero pierden la poesía.

Publicado por Kompromiso Nacional

Los datos fueron tomados de la web de la Presidencia de la Naciòn Argentina

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